Señor Director:
Hace tiempo que paulatinamente abandono la tóxica costumbre de ver televisión. De a poco comencé a filtrar los programas de la grilla televisiva que, a mi consideración, no hace más que contribuir a la desculturización de quien los mire. Actualmente me limito a ver películas y eventos deportivos, cuando encuentro alguno que me interese.
Pero si vamos a hablar de programas que aportan poco y nada a la cultura, no podemos evitar hablar de los reality shows, que tan en boga estuvieron en los últimos años. Y es justamente en la versión británica de Gran Hermano donde apareció la persona de la que quiero hablar.
Su nombre es Jade Goody y ganó notoriedad al insultar a una concursante de origen indio dentro de la casa.
Ahora Jade sufre un cancer que la tiene en jaque mate y le pronosticaron muy poco tiempo de vida. Con el fin de ayudar a su familia la reina de la televisión basura (como la apodaron luego de su participación en Gran Hermano) decidió vender los derechos de televisación de su casamiento y sus ultimos días de vida, incluido el entierro.
No me voy a detener en la discusión de si es moralmente correcto o no vender los derechos de televisación de dichos eventos. Lo que me preocupa al leer una noticia como esa es que si hay un canal dispuesto a pagar mas de 1 millón de euros por esos derechos quiere decir que existe una cantidad de televidentes suficientes para justificar semejante inversión.
La televisión basura nos está pudriendo el cerebro, y mientras mas podridos los cerebros más basura queremos. Un círculo vicioso demasiado tóxico.