miércoles, 21 de octubre de 2009

La mujer perfecta

Primero quité de la lista a las rubias, pues siempre las preferí morochas. Eliminé a las muy jóvenes y a las demasiado mayores. Taché a las abogadas porque no tengo interés en cuestiones leguleyas y a las contadoras por considerarlas aburridas. No las quiero muy bajas ni muy altas. Ni gordas, ni flacas. Rengas, jorobadas, bizcas, con mal aliento o mal habladas, todas fueron removidas.


La lista se fue reduciendo hasta que quedaron en ella sólo dos mujeres: mi madre y vos.


Emocionado con el hallazgo corrí a tu puerta a contártelo y que así pudiésemos empezar nuestra historia de amor, pero sólo me dijiste que me habías quitado de tu lista cuando tachaste a los hombres que creían en las mujeres perfectas.