Llovió copiosamente ayer. Las personas se esconden bajo sus paraguas o se deslizan bajo toldo, balcones o cualquier otro tipo de saliente que les brinde un pocos de resguardo, y los taxistas disfrutan el florecimiento de pasajeros en cada esquina. Pero los niños son un caso aparte.
Saliendo del colegio disfrutan de la lluvia que parece estar especialmente diseñada para ellos. La precipitación es moderada. Cae bastante agua como para formar charcos y acumular agua junto a los cordones, pero de manera moderada para que ellos caminan tranquilos sin notar cómo se van empapando de a poco.
Saltan en los charcos y patean el agua junto a los cordones con intenciones de mojar a sus amigos. Ellos se divierten y no piensan en gripes ni resfriados. La imagen de una señora mayor tratando de explicarles que se están mojando los pies y la pulmonía que eso les podría provocar, sin que el niño le preste la menor atención. Imágenes de la propia infancia bajo la lluvia.
Jugar al fútbol en la canchita del barrio era el mayor placer de los fines de semana. Pero si el picadito era condimentado con una lluvia, eso era irreemplazable. Nadie dudaba del sermón que aguardaba en casa al llegar con la ropa embarrada, pero el placer del deporte bajo la lluvia no es negociable. Porque la ropa se mancha, pero la pelota no.