La similitud de todas las personas originarias del este asiático es mundialmente reconocida. Pero años atrás había una señal inconfundible de que un turista era de origen japonés: la cámara de fotos.
Los nipones se caracterizaban por viajar alrededor del mundo, cámara en mano fotografiando cuanto se les cruzaba por el camino. Viendo la vida con un sólo ojo, y dejando el otro en la mirilla de la cámara para no perder la oportunidad de tener una buena toma.
Innumerables bromas y comentarios al respecto se han proferido sobre esta cuestión. Pero el tiempo les dio la razón, y con el avance de la tecnología y la aparición de las cámaras digitales todo el mundo fue copiando esta costumbre de inmortalizar cada momento.
Esta nueva costumbre de retratar cada cosa ha producido un nuevo síndrome en el que la gente no recuerda lo que ha vivido y tienen fotografías de momentos que no registran en su memoria, y al verlas nuevamente se preguntan porqué las habían tomado en primer lugar.
Así se les pasa la vida esperando el momento justo para la fotografía perfecta, en lugar de disfrutar las vivencias y guardar recuerdos de olores, sonidos y sensaciones que van mas allá de una mera imagen capturada por una lente fotográfica.
Piensan que la fotografía de un momento maravilloso les hará recordar lo maravilloso del momento años después, pero lo cierto es que gran cantidad de esas fotografías pasarán al olvido sin ser vistas nuevamente, y que otra gran parte nos producirán sensaciones que distarán notablemente de las sensaciones que podríamos haber tenido si hubiésemos disfrutado del momento en lugar de preocuparnos por inmortalizarlo. Es hora de abrir los ojos y darnos cuenta que nada es para siempre.
No dejemos que nuestro deseo de perdurar nos quite la oportunidad (y el derecho) de disfrutar cada momento.
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