Todas las balas se pierden acá y las encontramos nosotros, los pobres
Fue un sábado a las 7:20 de la mañana.
Yo seguramente estaba durmiendo. ¿Vos qué hacés un sábado a esa hora? ¿Dormís, te estás levantando para ir a trabajar ó recién volvés a casa después de una noche de diversión? A ellos, en lo que parece ser un mundo paralelo al nuestro llamado Villa Zavaleta, los despertó el sonido de los disparos.
¿Cómo reaccionarías si te despertasen con disparos? Todavía sumido en la duermevela pensaría que son fuegos artificiales, pero ellos escuchan ése ruido casi todos los días y tienen el oído entrenado para no confundir esos sonidos. Sus vidas dependen de la capacidad de reconocer los disparos.
Se enfrentaban dos bandas de narcotraficantes por un kiosko de drogas y en la casa de en frente Roxana y sus hijos, recién despertados por los estruendos, permanecían en el piso esperando que aquel infierno, ése infierno cotidiano, acabase.
Una bala perdida atravesó el vidrio de la ventana de la casa e impactó en la cabeza de Kevin, el hijo de Roxana de tan sólo 9 años. Cuando su mamá lo encontró Kevin estaba debajo de la mesa respirando con dificultad e intentando, con sus pequeñas manos, aferrarse a un delgado hilo de vida que se le escapaba entre los dedos. Con su hijo en brazos salió de la casa pidiendo ayuda. Lo cargaron en el auto de un vecino para llevarlo al hospital, pero ya era tarde.
Poco antes del enfrentamiento un vecino escuchó a dos policías que estaban frente al kiosko de drogas hablar. Uno le decía al otro: "Dejalos que se maten, después buscamos los cuerpos". Pero el único cuerpo que tuvieron que buscar después de la balacera fue el de Kevin, un pobre niño cuyo única culpa era vivir frente a un lugar donde se venden drogas.
Hace poco vi un informe de CQC sobre el hecho, en el que la madre y el hermano de Kevin cuentan lo que pasó esa mañana. Lo cuentan con tanta calma y entereza que me asusta. Me asusta pensar la realidad que viven. Las terribles cosas que deben ser "normales" en ése mundo tan distante y tan cercano al nuestro. ¿Qué tiene que vivir una madre en el día a día para, sólo un mes más tarde, tener la fuerza para hablar de la muerte de su hijo sin quebrar la voz ni derramar una lágrima?
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